«To Kill a Mockingbird» o «Matar a un ruiseñor» es, sin duda, un clásico y una obra maestra de la literatura y del cine, y nos ha dado a otro abogado de película sencillamente genial. El fragmento lo pongo en inglés porque es la actuación original y gana mucho, aunque las imágenes sean simples fotografías de esa parte de la película y no la secuencia como tal, pero traduzco el discurso a continuación (versión mía propia…). Son unas conclusiones que no se pueden entender sin un contexto de una época, pero, sin duda, eternamente brillantes.
Para empezar, este caso nunca debería haber llegado a juicio. El Estado no ha aportado ninguna prueba médica de que el crimen de que se acusa a Tom Robinson haya tenido lugar. Ha confiado, en cambio, en el testimonio de dos testigos cuyo valor probatorio no sólo se ha visto seriamente cuestionado en el interrogatorio, sino que ha sido contradicho totalmente por el acusado. Hay pruebas circunstanciales que indican que Mayela Ewell fue salvajemente golpeada por alguien que utilizaba, casi exclusivamente, su mano izquierda. Y Tom Robinson se sienta ahora ante ustedes, habiendo cogido «The Oath» con la única mano buena que posee: su mano derecha.
No tengo más que pena en mi corazón por el principal testigo del Estado. Es una víctima de la más cruel pobreza e ignorancia. Pero mi pena no se extiende al hecho de que ponga en juego la vida de un hombre, lo que ha hecho en su esfuerzo de librarse de su propia culpa. Ahora digo «culpa», caballeros, porque fue la culpa lo que la motivó. Ella no ha cometido ningún crimen. Simplemente, ha roto un código rígido y por largo tiempo honrado en nuestra sociedad, un código tan severo que quienquiera que lo rompa es proscrito por nuestra sociedad, considerado como alguien con quien no se puede vivir. Ella debe destruir la prueba de su falta. Pero, ¿cuál era la prueba de su falta? Tom Robinson, un ser humano. Tenía que alejar a Tom Robinson de ella. Tom Robinson era su recordatorio diario de lo que había hecho.
¿Qué fue lo que ella hizo? Provocó a un negro. Ella era blanca y provocó a un negro. Hizo algo que en nuestra sociedad es impronunciable: besó a un hombre negro. No a un viejo tío, sino a un hombre negro, joven y fuerte. Ningún código le importó antes de romperlo, pero le vino encima con posterioridad.
Los testigos del Estado, con la excepción del sheriff del condado de Lincoln, se han presentado ante ustedes, caballeros, ante este Tribunal, con la cínica confianza de que su testimonio no se iba a poner en duda; confiados de que ustedes, caballeros, los acompañarían en la creencia, la malvada creencia, de que todos los negros mienten; todos los negros son, básicamente, seres inmorales; no se puede confiar en los hombres negros cerca de nuestras mujeres, una creencia que uno asocia con mentes de su calibre y que es, en sí misma, caballeros, una mentira- lo que no es necesario que yo les señale.
Y por eso, un negro tranquilo, humilde, respetable, que ha cometido la terrible TEMERIDAD de sentir pena por una mujer blanca, ha tenido que poner su palabra contra la de dos personas blancas. El acusado no es culpable, pero alguien en esta sala lo es.
Caballeros, en este país nuestros tribunales son los grandes niveladores. En los tribunales, todos los hombres son iguales. No soy idealista si creo firmemente en la integridad de nuestros tribunales y de nuestro sistema judicial. Eso no es un ideal para mí. ¡Es una realidad viva y en funcionamiento!
Ahora confío en que ustedes, caballeros, revisarán sin prejuicios las pruebas que han escuchado, llegarán a una decisión y devolverán a este hombre a su familia.
En el nombre de Dios, cumplan con su deber. En el nombre de Dios, crean a Tom Robinson.