Ya tardaba en dedicar un post a la mediación. Al fin y al cabo, «is my thing«, no puedo evitarlo…
Existen muchas creencias erróneas sobre la mediación. Sobre todo, porque mucha gente la confunde con el arbitraje y no tienen casi nada que ver. Lo único que tienen en común es que son métodos extrajudiciales de resolución de conflictos en los que interviene un tercero. La gran diferencia es que ese tercero, en el caso del arbitraje, es el que toma la decisión. En mediación no es así. El mediador no juzga, es neutral e imparcial, y su misión es ayudar a las partes a identificar sus necesidades e intereses y a llegar a una solución que decidirán ellas mismas. El mediador se limita a dirigir el proceso por el que se llega a tal solución, pero no la da nunca.
Y ésa es la ventaja más grande de todas las que ofrece la mediación: que la decisión final está en tus manos y las de la otra parte, no en manos de un tercero que no os conoce de nada. Cuando vamos a un juicio (o a un arbitraje, incluso), por mucho que el juez sepa (que sabe, eso no lo ponemos en duda), no me conoce, ni conoce a la persona con la que discuto, y puede que la sentencia no sea lo que necesitábamos. Por poner el ejemplo más claro, en un asunto de familia, lo más probable es que salgamos del juzgado con la custodia adjudicada a uno de los cónyuges, y visitas para el otro los fines de semana alternos, y vacaciones por mitad. Estupendo. Pero, ¿y si a nosotros nos viene mejor que yo tenga a los niños por la mañana y tú los lleves a las actividades por la tarde? Eso lo podemos acabar decidiendo en nuestro proceso de mediación y plasmarlo en un convenio regulador para un divorcio de mutuo acuerdo. Puede ser difícil llegar a ello si las relaciones están tensas, si acabamos mal, pero para eso está el mediador.
Además de esa mayor capacidad en la gestión de nuestros derechos, de esa mayor libertad de acción, la mediación tiene otras muchas ventajas. Por supuesto, está el asunto económico. Sólo estamos tú, yo y el mediador, de modo que va a ser más barato. Está el hecho de que es algo voluntario, de manera que, si no nos va bien, nos vamos y punto (lo que no siempre es posible en la vía judicial). Por otra parte, nos ayuda a asumir nuestras responsabilidades, genera responsabilidad. Yo voy a tomar esa decisión, contigo, y ha de ser una decisión responsable. Además, voy a ver cómo te sientes tú con lo que yo hago o digo, y eso también me hará tomar responsabilidad por mis actos.
Y, por último, para no ser demasiado pesada en un día con este tema, otra de las grandes (grandísimas) ventajas de la mediación es que se evita que haya un ganador y un perdedor. En la solución judicial de conflictos, por mucho que no te impongan las costas, si se han rechazado tus pretensiones, sientes que has perdido, mientras que la otra parte siente que ha ganado. Eso no va a ayudar nada a vuestra relación. Siempre quedará ese «resquemor» y se pueden generar nuevas situaciones de conflicto, de manera que esa primera solución, lejos de acabar con el conflicto, genera otros nuevos. Pienso, por ejemplo, en la mediación en temas de faltas (ya no vamos a entrar en la mediación en violencia de género, que es un tema un tanto peliagudo…). Si dos chavales se pelean, hay un juicio de faltas y le ponen a uno una multa (o a los dos), cuando se vuelvan a ver, se van a tener más ganas que nunca; hay otra pelea casi seguro. Sin embargo, si se llega a la raíz del problema y ellos mismos solucionan sus diferencias, el conflicto no se seguirá escalando y le habremos puesto fin.
Escoger la mediación como manera de resolver nuestros conflictos es una muy buena idea, pero a la gente aún le da miedo porque no la conoce. El problema es que, si no se prueba, no se conoce, pero si porque no se conoce, no se prueba, estamos en una situación complicada…